sábado, 23 de octubre de 2010

Pelicula Chico -Grande

Luego de su ataque a Columbus, Nuevo México, y tras un encontronazo con los carrancistas, Pancho Villa resultó herido de bala en una pierna y fue a ocultarse a la Cueva del Coscomate en la sierra de Santa Ana, sita en la parte central de Chihuahua. Para ese entonces la expedición punitiva estadunidense, iniciativa del presidente Woodrow Wilson encabezada por el general John J. Pershing y compuesta, en un inicio, por cerca de cinco mil efectivos entre ellos algunos apaches (sin hélices), ya se había instalado en el territorio mexicano y buscaba, sin tregua y con todos los elementos propios de una intervención hasta aviones, pues, el paradero de la leyenda más viva de la Revolución mexicana.      

A poco más de un año de involucrarse en la Gran Guerra, los estadunidenses intervinieron México no sin la resistencia de Venustiano Carranza, quien les puso un cerco: cruzarlo significaría la guerra; ambos ejércitos terminaron por enfrentarse en El Carrizal y ofrecieron una recompensa a quien les informara del paradero o les entregara la cabeza del antiguo bandolero y ladrón de vacas, devenido en el revolucionario más puro y duro de nuestra más grande reyerta nacional, además del único latinoamericano que, a la fecha, ha llevado a cabo un ataque militar a Estados Unidos.

Pronto, el rumor de la muerte de Villa iniciado por él mismo, como le gustaba hacer, y alimentado por los siempre dispuestos medios de comunicación sirvió tanto de cortina de humo como de exaltador a todos los involucrados en el momento: estadunidenses, carrancistas, villistas y la sociedad en general. Proclives al soborno y a la tortura ya se sabe: cuando de guerra se trata, el concepto de “daños colaterales” es maleable en extremo para los máximos promotores de la democracia y la paz alrededor del orbe, de Panamá a Irak, con escala nuclear en Japón, los militares extranjeros que perseguían a Villa sembraron una mezcla de odio y aprobación, amén de conveniencia, en los habitantes de Chihuahua que se convirtieron en sus vecinos temporales.

Basado en el momento expuesto y en un argumento original del hoy desaparecido escritor Ricardo Garibay quien, hay que anotarlo, colaboró con el director como uno de los tres guionistas de Emiliano Zapata (1970) y apoyado en un relato de Rafael F. Muñoz escritor por excelencia del villismo que ahora reaparece en las librerías, rescatado por Era y perdido entre el marasmo de novedades seudohistóricas y desechables, así como en la biografía narrativa hecha por Paco Ignacio Taibo II y no en el Pancho Villa de Friedrich Katz, la mejor obra de referencia sobre el tema: si de historia se trata, qué mejor que recurrir a un historiador hecho y derecho y no a un mero urdidor de anécdotas, Cazals teje un guión bilingüe que a ratos sorprende por su solvencia, si bien en ocasiones resulta ininteligible: ahí donde los personajes hablan un inglés sujeto a la mejor de las dicciones, su español se pierde en murmullos y expresiones anudadas en extremo.

Mientras Villa permanece al interior de la cueva lo veremos como un mero y maquillado actor secundario, tan poco elocuente como sus compinches, su fiel Chicogrande (Damián Alcázar), acompañado de su joven escudero Guánzaras (Iván Rafael González), bajan al villorrio más cercano en busca de un médico que auxilie a su general y lo haga sanar rápido. Éstos son, pues, los buenos quizá demasiado buenos, tanto que sus actuaciones son opacadas por aquellas de los malos de la historia, insuflada de las intenciones de un western con mensaje social y una acertada crítica al perenne intervencionismo de Estados Unidos. (Trivia: no olvidemos que muchos y muy famosos westerns de Hollywood fueron filmados, lo mismo que Chicogrande, en Durango; la otra locación por excelencia era Almería, España.)
 
Los villanos, por su parte, son los yanquis, todos bajo el mando del cruel mayor Butch Fenton (Daniel Martínez, doblado al inglés), caricatura de la maldad que recibió el mismo tratamiento que Quentin Tarantino le diera a su coronel SS Hans Landa (Christoph Waltz) en Bastardos sin gloria (2009): malo hasta la médula en un principio, sobrevive al final, aunque con marcas corporales en su de pronto desgarbada figura; una caricatura del mal, pues, más que un retrato incisivo y libre de comicidad. Y más que Chicogrande, la película bien podría llamarse Butch Fenton, cuya presencia en la pantalla es dominante y no deslavada como la del héroe imaginado que, nominalmente, la protagoniza. O bien, tal era la intención de Cazals en relación con el rol investido en Alcázar, uno de nuestros mejores actores vivos: llevarlo al grado cero de la humildad y el anonimato, con parlamentos ínfimos y no del todo comprensibles.

Pero no se crea que todos los gringos son malos en este cuento: Cazals rescata al bonachón médico militar representado por Juan Manuel Bernal en algún momento dice su nombre, Tim, pero en el reparto figura, sin más, como “Médico gringo”, anónimo como buen y altruista héroe, contraparte última del valiente encarnado por Alcázar, quien, cuando Fenton y su compañía emprenden la retirada, acompaña, prisionero primero y luego voluntario convencido con la causa, al malherido Chicogrande para que asista a Villa en su cueva. Distraídos por el jinete agónico en un último gesto de coraje, los malos pasan junto al escondite de su botín sin enterarse (esto, la cercanía ignorante de los estadunidenses con la cueva del general bandolero, sucedió en la realidad).

Más allá de la sensación de que estamos ante una maqueta poblada por estereotipos y personajes desaforados el viejo soplón (Jorge Zárate) que busca vengar la desaparición de su progenie vuelta al villismo; la garnachera feminista (Patricia Reyes Spíndola) que hace de peculiar matrona mezclada con Mata Hari y ayudada por un trío de prostitutas enanas; la anciana aferrada a su rosario (María de la Paz Mata) que celebra la presencia de los gringos en casa y se lamenta cuando se retiran; la viuda gringa vuelta mexicana (Lisa Owen) fiel a la causa revolucionaria; el ayudante de rancho mexicano cruzado con teporocho (Bruno Bichir), más los ya mencionados buenos, malos y feos, Cazals consigue imbricarnos de la sensación que parecía invadir a los villistas durante el lapso de la expedición punitiva: su general estaba en todas partes y en ninguna.

Todos y cada uno de ellos, villistas de entonces, eran la encarnación de su general  vgr. todos somos Villa, lo que dotaba de fuerza a la sociedad que resistía los embates alevosos de los invasores, así como la fuerte corriente de revolución institucional y constituyente que llegaba desde el centro y mediante la presidencia de Carranza, alérgico a la revolución social en estado puro o en estado bruto: nunca consumada, continuamente suspendida cuya epidemia desató Pancho Villa, un virus siempre redivivo, fiel a su leyenda, que es lo que en realidad importa en esta honesta película de Felipe Cazals.





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